Abolición
de la esclavitud semántica
Fernando Buen Abad Domínguez
Rebelión/Instituto de Cultura y Comunicación UNLa
Suele
ser una manía el secuestrode significados para conformar un
lenguaje hegemónico cuyo plan semántico se impone, con el reloj de la lucha de
clases, en sus “definiciones”, sus paradigmas, su interpretación y su uso. Así
lo hacen los poderes sectarios -de todas las áreas- que se adueñan de nociones
y usos para reinar a sus anchas en los territorios semánticos. “La cortesía del
filósofo es la claridad” decía Adolfo Sánchez Vázquez.
Casi
cualquiera, con suficiente egolatría, inventa terminajos y jergas, a diestra y
siniestra, para caracterizar eso que él cree descubrir u ordenar, como nadie
antes lo ha hecho. Como un Cristóbal Colón de los saberes, inauguracontinentes
del conocimiento, los da por inventados y los bautiza según el antojo y las
pleitesías de ocasión. Y la proliferación de esos geniosde la
terminología termina produciendo oscurantismos tipológicos nuevos muy caros al
esnobismo burgués y a la balcanización de los saberes. Pocas, muy pocas, son
las excepciones. “…todo lo que conduzca a la superioridad de un idioma sobre
otro –ya sea intencionalmente o no- crea graves problemas…” Informe
MacBride p.141
Al
contrario de lo que se necesita (claridad e inteligibilidad) para comprender al
mundo y todas sus complejidades, tenemos en el escenario de las explicaciones
un circo abigarrado, generalmente tramposo, empeñado en secuestrar el
conocimiento para enjaularlo en terminologías de “expertos”. Incluso
para las cosas más sencillas, siempre aparece un grupo sabelotododispuesto
a proferir jerigonzas a granel mientras comercia con lo que dice saber. Se
hacen pasar (y se hacen pagar) como iluminados del saber con quienes sólo se
puede interactuar bajo los efluvios de cierta fe fabricada a media del negocio.
Y, como hablan enredoso, hay que creerles y obedecerles. Algunos se hacen
llamar científicos, expertos o técnicos.
Este
no es un problema sólo de comprensión es, particularmente un problema ético.
Complicar el saber, que es en suma un producto social y un derecho humano
fundamental, no parece ser el mejor método para su democratización. La
invención desaforada de terminajos sectarios sólo produce “grietas”, abismos. Y
no se trata de negar el valor de conceptos cuya capacidad de síntesis facilita
la ordenación de categorías propias en la lógica que el conocimiento requiere
para su consolidación científica. Se trata de exigirle, a tal capacidad, la
destreza indispensable de hacerse accesible, inteligible para la satisfacción
de las necesidades colectivas en la resolución de los problemas más disímbolos.
No es lo mismo investigar que divulgar pero ambas fases del saber son
indisociables e indispensables en la dialéctica del conocimiento material y
concreto, objetivo y subjetivo. No es mucho pedir.
Así,
la erudición que es un valor social fundamental, se garantiza un poderío
colectivo que hasta ahora ha sido mayormente reducido a diálogos ineluctables
entre interlocutores más enamorados de su prosa, y sus egos, que del aporte
social para la producción social del conocimiento al alcance de todos. Es decir
la democratización de la inteligencia. Necio sería descalificar el aporte de
nomenclaturas científicas, de lo que se trata es de completar su valor con el
valor de la extensión y el poderío del conocimiento movilizado socialmente.
Abolir las cadenas terminológicas. Peor es cuando las explicaciones de los
“expertos” se presentan en idiomas extranjeros.
Un
análisis panorámico, demostraría fácilmente cómo la invención de términos el
impuesta por una dinámica ideológica hegemónica creada para imitar a ciertos
formatos descriptivos empeñados en exhibirse como progreso científico de unos
cuantos. Eso trae consigo otros problemas en la instrumentación de políticas democratizadoras de la Ciencia y la
Tecnología. Son reductos cuya lógica se impone, desde afuera de una sociedad,
para profundizar las brechas entre el que sabe y el que no. No pocas veces
comerciando con eso.
En
general los modelos de producción terminológica son estrategias para
presentarse como saber universal e independiente de una comunidad específica,
pero semejante ambición deja fuera de lugar a la diversidad de problemáticas
educativas en una sociedad donde debieran servir para la apropiación colectiva
de una determinada riqueza semántica. En consecuencia la democratización de los
saberes se convierte en una imposibilidad porque los conocimientos
in-inteligibles pierden su carácter formativo, dislocados de su pertenencia
social.
Dotar
de comprensión social-contextual, al conocimiento multiplica el desarrollo de
una cultura que se adueña de la ciencia, de la tecnología y de la libertad de
expresarlas diseminándolas más allá de los ámbitos formales de producción de
conocimiento. La democratización del conocimiento, con todos sus significados
con sus vocablos básicos, permite además abrirle opciones a la cultura misma
para reconocer las variedad de las estructuras semánticas que, en general, no
se perciben como algo propio de los pueblos y que, por el contrario, se
presentan como un universo esotérico de espaldas a la inteligencia social.
Facilitar la comprensión de los conceptos acarrea beneficios múltiples y
enriquece también al espíritu científico, que corre riesgos si no logra abrirse
a un modo colectivo, necesitado de conocer el sistema de los saberes y
enriquecer otras formas de saberse.
Desde
un enfoque crítico de las terminologías y las jergas, es posible desarrollar un
abordaje democrático de los métodos de nominación tradicionales y de la
proliferación misma del conocimiento. Eso permite impulsar cambios a la
valoración de la inteligencia vinculada con la transformación profunda de la
sociedad, no porque esté imposibilitada para entender conceptos complejos sino
por la necesidad de esclarecer sus contenidos hasta ponerlos al alcance de la
mayor cantidad posible de personas. Por cierto, no caigamos en la emboscada
ideológica del “cuanto más sencillo” más alcance tendrá, se trata de que lo
profundo, lo complejo y lo rico estén a la mano de todos.