María Teresa Andruetto. Mondadori, 2010
Fragmento
En la caja hay una foto que la conmueve, una donde su madre ha de haber tenido la edad que ella tiene ahora. La imagen de colores desvaídos la remite a otro mundo, es el documento de una ausencia que podría tocar. Muda, de espaldas junto a la ventana de la cocina, en la casa de Aldao, con una niña que no es su hija en los brazos, una mañana o una tarde de invierno, su madre mira hacia la calle, alza ligeramente la cabeza, pensando en qué, esperando tal vez la oportunidad de decir algo, y ella se hunde en el territorio de los muertos, en la búsqueda desesperada de lo que fue, en la necesidad de comprender lo que pasó. Pueda que tenga que ver el que haya crecido en una familia de inmigrantes italianos tan propensos al melodrama, una familia donde la vida de los otros, los que vivieron antes, estaba siempre muy presente.
Ella vio eso, formó parte de eso, se crió con gente grande en una casa donde nada era más importante que el amor, y entonces se pregunta por qué las cosas habrán sucedido de ese modo y por qué sus padres –por qué su madre que como ella se ha criado en esa casa- habrán ahogado sus mejores sentimientos para correr detrás de una idea… No sabe si será capaz de aceptar las respuestas que encuentre a esas preguntas, pero quisiera descubrirle un sentido a lo que ve, entender quién es y cómo fue que se hizo de ese modo, entenderlo a través de lo que hay en la caja.
Amor, tradición y resistencia
Una opinión sobe la novela "Lengua madre" de María Teresa Andruetto
Leopoldo Brizuela
Descubrí Lengua madre entre la pila de originales presentados a un concurso literario, sin saber quién era la autora, y desde la primera página se destacó del resto. Todavía hoy, la literatura argentina parece incapaz (e incluso enemiga) de enfrentarse a la experiencia histórica en lo que tiene de dolor y de goce; Lengua madre trata de presentar íntegramente un personaje muy argentino, una chica nacida en la clandestinidad durante la dictadura, cuyo gran desafío será salir al mundo obedeciendo y enriqueciendo, cuestionando y a la vez preservando el saber que la constituye. La literatura argentina parece enferma de sí misma: no piensa ni en el resto del mundo ni mucho menos en el lector no especializado; y Lengua madre es una novela que trata de entender origen e implicaciones de nuestro encierro a la luz del saber de otra mujer, extranjera, sudafricana, de habla inglesa. Quiere entender, quiere entendernos, pero su objetivo último, urgente, era dar ese saber, que sólo puede obtenerse por la experiencia de una ficción, al lector; dárselo, digo, para reiniciar el diálogo roto.
Escuchando a los escritores, es muy raro encontrar nombres sorpresivos, maestros que cada uno haya descubierto en un camino personal: cada uno repite prolijamente la lista de uno u otro canon, como se recita la lección en la primaria –quizá porque ya no se piensa en un “lector común” sino en uno dotado, de manual y puntero. Y ahí estaba Lengua madre, rescataba la figura de Doris Lessing, bastante antes de que el Premio Nobel volviera a catapultarla a la fama mediática y a la desconfianza de los críticos, y reivindicándola, además, no como una Maestra que lo sabe todo, sino como una mujer voluntariamente atravesada por las grandes fuerzas de la historia en el siglo 20, y claro, una compañera de oficio sostenida no menos en sus triunfos que en sus fracasos, en una inusual capacidad de aceptar nuevos desafíos.
En un tiempo en que la mayor ambición de los escritores es la originalidad a la moda, la singularidad de Lengua madre proviene de las voces muy distintas que la autora hace dialogar en su prosa en un nivel de igualdad, sin que la inglesa prime sobre la argentina, ni la militante sobre la intelectual, ni la culta sobre la iletrada. Y por otro lado, y por sobre todo, qué escritura: tersura y vibración, pasión y lucidez, amor por la tradición y resistencia.