Por Washington Uranga
Recordar el  pasado de manera tal que resulte un aprendizaje positivo para el  presente y de cara al futuro requiere de una pedagogía de la memoria. Es  decir, de una presentación de los acontecimientos históricos de modo  tal que la evocación se transforme en una herramienta dinamizadora del  presente, apoyada en valores y proyectada hacia la ampliación de  derechos en el futuro. Para quienes fueron protagonistas del pasado  volver sobre las heridas y recordar el dolor, tiene que tener el  propósito fundamental de reconfigurar el futuro. Para los jóvenes es la  manera de apoyar en las columnas de la historia la construcción del  mismo futuro.
No sirve, en cambio, solo la memoria vindicativa limitada a la  crítica de los hechos históricos y a la censura de los mismos. Es una  parte necesaria, pero solo una parte de la memoria. Porque quien no haya  protagonizado, de la manera que fuera, los acontecimientos que se  rememoran no puede tener una dimensión exacta de los mismos, ni siquiera  de las aberraciones a las que se hace referencia. Aún con las  diferencias que existen entre los distintos relatos, aquellos hechos se  miran hoy desde otro contexto en el que reinan valores opuestos que  lograron consolidarse en la sociedad y que ahora son asumidos como  naturales en la vida ciudadana. Cuando así ocurre, cuando hasta los  derechos son obvios, se pierde el sentido del valor de los mismos. Sólo  la falta o la carencia ayuda a dimensionar la importancia de lo que  antes se tuvo. Quienes hoy viven en democracia difícilmente pueden  captar en toda su amplitud la experiencia del autoritarismo, la  represión, la violencia y el avasallamiento de los derechos.
Sirva esta reflexión también a propósito de la conmemoración de los  40 años del golpe de Estado que dio inicio a la dictadura cívico-militar  que asoló a la Argentina entre 1976 y 1983.
Rescatar y profundizar en la memoria (en realidad debería decirse  “memorias”, en plural, porque no existe una memoria única) es un hecho  político cultural, porque permite articular distintos capítulos de la  misma historia con el propósito de integrarlos. Pero ese proceso  requiere una habilidad dialéctica que habilite la comprensión de todo,  recordando el pasado desde la perspectiva del presente y con mirada de  futuro, a través del eje articulador de los derechos y los valores.
Cuarenta años después resulta difícil transmitir a las nuevas  generaciones la gravedad de las atrocidades que encerró la dictadura  cívico militar apenas con las denuncias y los recuerdos aislados. Es  necesario profundizar en los hechos desde ejes interpretativos que  tengan anclaje en el presente, en la vida cotidiana de los jóvenes de  hoy. De otro modo es imposible hasta percibir los riesgos que entraña el  relajamiento de la vigilancia democrática que debe advertir sobre  eventuales derechos vulnerados. Aunque hoy los métodos y las  circunstancias sean diferentes, aunque la brutalidad no tenga rostros  castrenses y las agresiones no consistan en la violencia física  inmediata. Lo importante, lo central, la clave de lectura para una  pedagogía de la memoria en democracia, debería ser la defensa constante  de los derechos adquiridos y la ampliación de los mismos.
Es imprescindible reconstruir los procesos históricoculturales para  convertirlos en pilar del sentido y de los valores colectivos. En esta  tarea son vitales el sistema educativo, la cultura en todas sus  manifestaciones y el sistema de medios de comunicación.
Las generaciones jóvenes solo podrán apropiarse de la memoria  convirtiéndola en incentivo de sus propias prácticas, cuando puedan  sentir que aquellos recuerdos pasan por su cuerpo, es decir, que tienen  una significación práctica y activa, en su cotidianidad actual. Los  derechos, la defensa de la vigencia plena de los mismos, es el  “conector” entre pasado y presente y una plataforma para pensar el  futuro a cuarenta años del inicio de uno de los períodos más sangrientos  y vergonzosos de la historia argentina.
Esta es la manera también de cargar de sentido al “Nunca más”, para  que no se convierta apenas en un slogan o en una bandera que se  deshilacha con el paso del tiempo y la desaparición paulatina de los  protagonistas directos de aquella etapa histórica. Política y  culturalmente el “Nunca más” tiene que convertirse en tarea permanente  de reafirmación de los derechos fundamentales de las personas y apuntar  críticamente a cualquier pretensión, por la vía que sea, de dar pasos  atrás en la vigencia integral de los derechos humanos. Especialmente en  el momento en que Argentina y también otros países latinoamericanos  enfrentan el riesgo de transitar por el camino de democracias  restringidas, no en lo formal, pero sí en cuanto a la amplitud de los  derechos que están dispuestos a reconocer quienes han sido legítimamente  elegidos para gobernar.
Publicado en Página 12 el 25/3/2016
Lss fotos fueron tomadas por Proa durante la jornada realizada en Plaza de Mayo el 24/3/2016
 
 
 

