No es no… en muchos casos
Por Fernando Buen Abad Domínguez
Rebelión/Instituto de Cultura y Comunicación UNLa
“El procedimiento moralizador del filisteo
consiste en hacer creer que son idénticos los modos de actuar de la reacción y
los de la revolución…El rasgo fundamental de esas asimilaciones e
identificaciones lo constituye el ignorar completamente la base material de las
diversas tendencias, es decir, su naturaleza de clase, y por eso mismo su papel
histórico objetivo”. León Trotsky
Algunos preceptores “pos-modernos”, metidos a
ideólogos (y viceversa), se han empeñado en esfumar de la educación básica (y
la no tanto) el indispensable mundo
de los temas y las cosas irreconciliables. Con el argumento de que “nada es
para tanto”, que “todo es relato”, que todo es “relativo”, o que “la realidad
es según el cristal con que se mira” deslizan una lógica de lo blandengue,
servil al olvido o al perdón de las cosas más imperdonables. Así, las
dictaduras no fueron tales, el holocausto es una exageración, Hiroshima fue
menor de lo que dicen y Videla junto a Pinochet realmente no fuero tan “malos”.
Y algunos se lo creen. La historia entera de la humanidad lavada en “cloro”
ideológico para “cerebros” ambiguos.
Es la dictadura Intelectual de una corriente burguesa,
nada ingenua, que se ha cargado, con cierto “revisionismo” caritativo, a
generaciones enteras bajo el cuento del perdón funcional para toda ocasión. Y
eso, también, es inadmisible. Existe un punto en que la intransigencia crítica
es provechosa porque estructura procedimientos lógicos y les da firmeza frente
al caos con que se fabrican, y presentan, ciertos eventos ideológicos o
históricos. No hay lucha emancipadora que no posea bastiones principistas
irreconciliables. Como la lucha de clases. No hay corpus moral dignificante que
no requiera, para su grandeza, de los pilares axiológicos provistos por una
intransigencia crítica y dialéctica. Ni uno solo de los grandes inventos
científicos o tecnológicos hubiese conseguido visa sin los bastiones de ciertas concepciones inamovibles.
No hay leyes, no hay Estados y no hay normas capaces
de dar contención a los “contratos” sociales sin una estructura consensuada y
sistemática de preceptos intocables. Así, entonces, la moda de barnizarlo todo
con permisividad, relativismos y
blandura, seria imposible sin una dosis de rigidez en sus causas primeras o en
sus fines. Aunque lo nieguen.
Es la moral filistea que tanto conviene a los
comerciantes interesados en quedar bien con todos. Es la mentalidad de los
mercenarios decididos a ensanchar su cartera de clientes. Es la ética de los
mercaderes de noticias empecinados en abarcar a la mayor cantidad de personas
lábiles y superficiales. La ideología de los blandengues no requiere
compromiso. De ahí su éxito. Extrañamente, para su propaganda de la ambigüedad,
son muy rígidos.
Y a propósito: no se puede ser neutrales con la “neutralidad”.
Mucho menos cuando intencionalmente se confunden (o equiparan) lo “neutral” con
lo “objetivo”. Y más cuando por “objetivo” se pretende hacer creer que no se
toma parte, que existe un lugar (o no-lugar) donde todo se ve con claridad por
que no se toma partido, porque no se tiene influencia y ni herencia que tiña
pensamientos, palabras o acciones. De tal falacia hacen su comidita quienes
trafican la “objetividad” (que también es una ideología) buscando llegar a
muchos. Así, dicen que la tecnología no tiene ideología, que la ciencia no
tiene ideología… y que su ideología es la mejor porque sus silogismos no
tributan ni adeudan ante escuela alguna. Y en eso sí que son intransigentes.
Asumir principios no supone petrificarlos. Cada
convicción, que afirma sus herencias y sus consecuencias, requiere del antídoto
metodológico de la crítica, y de la autocrítica, para no convertirse en dogma.
Un “convicción” poderosa lo es si es coherente con su historia y con los fines
a que sirve… si es necesaria, posible y realizable. Y no por eso es infalible.
Una “convicción”, tenga la base que tenga, debe mantenerse en evaluación permanente
y debe ser permeable a las fuerzas dialécticas que le dan origen y finalidades.
Debe consensuarse, contrastarse y perfeccionarse sobre el crisol de la práctica
y desde ahí debe producir su desarrollo si no quiere convertirse en soliloquio
o en homilía de sordos. Y, especialmente debe ser paradigma elevado a la acción
donde saldarán sus aportes y sus deudas sin transigir reconciliaciones con lo
que combate.
No pocas veces, la velocidad de los acontecimientos históricos
va generando lecciones que desnudan debilidades y contradicciones fuertes donde
son necesarias habilidades especiales para corregir (sin traicionar) el todo o
las partes de los principios y los fines. Parte de la inteligencia social
consiste en entrenar esa capacidad de modelado
permanente en la praxis (Sánchez Vázquez) como expresión de la dialéctica de
las luchas emancipadoras que enfrentan, sin cesar, enemigos expertos en mutaciones,
ambigüedades y disfraces de todo tipo. No se trata de habilidades para la “adaptación”
ni para el “acostumbramiento”, sino de destrezas teóricas y prácticas para
desarrollar, en la lucha misma, posiciones cada vez más poderosas. Sin
renuncias por banalidades.
Son de esa estirpe las convicciones y las tesis contra
la esclavitud en todas sus expresiones. Son producto de esa dialéctica los
valores humanistas clásicos (sin individualismos), el respeto por la naturaleza
y el respeto por la vida en lo concreto (sin idealismos). Son de esa
envergadura los principios éticos que defienden la dignidad, el trabajo, la
justicia social y el derecho a vivir sin amos y sin miedos… (sin demagogias
legalistas de coyuntura). Intransigentes.
No se puede transigir ni reconciliar ideas con los
comerciantes de la muerte, con las industrias bélicas; no se puede transigir
con los manipuladores de conciencias ni con los secuestradores de la educación
pública y gratuita. No podemos reconciliarnos con los que usurpan tierras y
usurpan mares ríos y lagos… por más saliva que inviertan en justificarse. No se
puede transigir con los especuladores bancarios o financieros ni con la usura
de las “tasas de interés”. No hay conciliación posible con el hambre, con la insalubridad
o con la ignorancia. No se puede transigir con con los valores humanistas comunitarios
ni con las plusvalías. Y por más que leguleyos o preceptores de la alienación quieran
nuestra mansedumbre como “presa de caza” para sus amos, alguna vez y en algún lugar
hemos de rescatar nuestro derecho y nuestra obligación de ser irreconciliables
con todo aquello que, mientras esclaviza o mata seres humanos, hace grandes
negocios. Educarnos, pues, para lo irreconciliable necesario.