Entrevista
La antropóloga argentina Rita Segato es una de las voces más lúcidas
 e inquietas a la hora de pensar y ubicar políticamente la violencia 
contra las mujeres que ahora mismo conmueve y moviliza a la sociedad, 
cruzando por fin la barrera de aislamiento en el que suelen tratarse 
estos temas. Para Segato, no se puede pensar esta violencia por fuera de
 las estructuras económicas capitalistas “de rapiña”, que necesitan de 
la falta de empatía entre las personas –de una pedagogía de la crueldad–
 para sostener su poder. El cuerpo de las mujeres es el soporte 
privilegiado para escribir y emitir este mensaje violento y aleccionador
 que cuenta con la intensificación de la violencia mediática contra 
ellas como “brazo ideológico de la estrategia de la crueldad”. En esta 
entrevista la antropóloga desafía su propio pensamiento, a la vez que 
lamenta estar lejos de su país de origen y no poder participar de ese 
hecho histórico que significa una manifestación masiva como la que se 
augura el próximo 3 de junio en casi todo el país para decirles “basta” a
 los femicidios que día a día pueblan las noticias.

Por Veronica Gago
 
Rita Segato, antropóloga argentina y residente hace 
décadas en Brasil, tiene una forma de hablar que se arremolina de ideas.
 Enhebra, vuelve una y otra vez. Pregunta si lo que dice “hace sentido”.
 No deja que la interrumpan si está en el envión de una idea. Luego 
escucha a fondo y hace de la pregunta un insumo de su razonamiento. 
Entrevistarla es un placer de la conversación. Con un zigzag propio, con
 enmiendas, porque lo que dice asume un riesgo: el del ritmo del 
pensamiento.
Esta vez se trata de hablar del tema que nos tiene a todas tomadas. 
La proliferación de los crímenes contra mujeres que no dejan de 
sucederse, replicarse, mediatizarse en nuestro país. Segato fue pionera 
en ponerle a esta realidad una hipótesis política. En el libro Las 
Estructuras Elementales de la Violencia (Prometeo 2003 y 2013) ya 
hablaba de la “violencia expresiva” en los crímenes de género. 
Formulación que la condujo a interpretar los asesinatos de mujeres en 
Ciudad Juárez en La escritura en el cuerpo de las mujeres (Tinta Limón) 
como violencia que ve en el cuerpo femenino un tapiz sobre el cual 
escribir un mensaje. En la edición mexicana del ensayo que le da 
continuidad, Las Nuevas Formas de la Guerra y el Cuerpo de las Mujeres 
(Pez en el Arbol), escribimos en el prólogo junto a Raquel Gutiérrez 
Aguilar: “Hay una novedad, incluso en su repetición. La guerra toma 
nuevas formas, asume ropajes desconocidos. Y no es casual la metáfora 
textil: su principal bastidor en estos tiempos es el cuerpo femenino. 
Texto y territorio de una violencia que se escribe privilegiadamente 
ahí. Una guerra de nuevo tipo. La dificultad de comprensión, creemos, 
debe analizarse como un elemento estratégico de la novedad: como una 
verdadera dimensión contrainsurgente”. En Argentina, la realidad del 
femicidio exige volver sobre la idea-fuerza de Segato: ¿qué mensaje se 
transmite en estos crímenes que, ahora, parecen no tener límite 
doméstico, sino que acontecen en medio de un bar, un jardín de infantes o
 la calle misma? Se trata de una “pedagogía de la crueldad”, esgrime la 
entrevistada, indisociable de una intensificación de la “violencia 
mediática” contra las mujeres.
¿Cómo entender esta multiplicación de crímenes contra mujeres, cada vez más públicos?
–Creo que un primer telón de fondo que hay que aclarar es la fase 
actual de la explotación, que involucra un tipo de retorno al trabajo 
servil, semiesclavo e incluso esclavo, producido por la caída de la 
centralidad del salario. Esta modalidad de sujeción de personas como 
mercancía demanda una insensibilidad particular. Hay una idea que estoy 
trabajando, donde elaboro algo que empezó como una broma y ahora es 
serio: estaríamos hoy en tiempos de conquistualidad del poder, más que 
de colonialidad del poder, como propuso Aníbal Quijano en su célebre 
formulación. Me refiero a una nueva fase de conquista de los 
territorios, de rapiña de todo, sin límites legales. Una característica 
esencial de la conquista fue la suspensión del derecho, de los códigos 
de justicia de la época, por la cual la corona pasó a tener una 
existencia en gran medida ficcional como poder central. Hoy estamos en 
un momento semejante debido a la ferocidad de las apropiaciones 
territoriales, al desalojo de los pueblos de sus espacios de vida, 
realizados con una truculencia extrema. Muchas veces esa crueldad se 
exhibe aun más en el cuerpo de las mujeres. Es lo que pasa, por ejemplo,
 en los desplazamientos de poblaciones en el Pacífico colombiano.
Es tu idea de la violencia expresiva...
–El paradigma de explotación actual supone una variedad enorme de 
formas de desprotección de la vida humana, y esta modalidad de 
explotación depende de la disminución de la empatía entre personas que 
es el principio de la crueldad. De ahí hay sólo un paso a decir que el 
capital hoy depende de una pedagogía de la crueldad, de acostumbrarnos 
al espectáculo de la crueldad.
Efectivamente, tengo la propuesta de entender siempre la violencia 
como expresiva. En este caso, la violencia nos está hablando de 
presiones que se originan en el espacio público, en el mundo del 
trabajo, en la presión productivista, en la exigencia competitiva, en 
esa intemperie y desprotección de la vida hoy, en ese riesgo de la 
sobrevivencia que nos afecta a absolutamente todos los que vivimos de 
nuestro trabajo, y acaba interfiriendo y lesionando el espacio de la 
intimidad porque atraviesa y alcanza las relaciones afectivas, y 
finalmente hay una captura del espacio de la intimidad y de los 
sentimientos por el modo de explotación al que estamos sujetos. La 
violencia íntima en el espacio público, como está curiosamente 
ocurriendo hoy en la Argentina, no es otra cosa que un enunciado del 
carácter también público del problema íntimo, y del modo en que el 
estado de intemperie e indefensión frente a la agresión generalizada a 
la vida y a los territorios deviene y se expresa en agresión a las 
mujeres frente al ojo público. Es la exhibición incontestable de la 
unidad y naturaleza indisociable del problema, de la correlación y 
articulación innegable entre lo que pasa en la atmósfera de violencia y 
desamparo en el mundo de la reproducción material de la existencia, y lo
 que pasa en el mundo de los sentimientos entre las personas. Es al 
mismo tiempo una ejecución ejemplar –pues las ejecuciones en el ojo 
público tienen esa dimensión de ejemplaridad, de advertencia– y una 
queja, un reclamo gritado a los cuatro vientos.
¿Qué papel juega la subjetividad masculina?
–Evidentemente la masculinidad está más disponible para la crueldad 
porque el entrenamiento para volverse masculino obliga a desarrollar una
 afinidad significativa, a lo largo de la historia de la especie, entre 
masculinidad y guerra, entre masculinidad y crueldad, y entre 
masculinidad y capitalismo en esta fase rapiñadora y anómica. En este 
sentido, es muy importante no guetificar la cuestión de género. Esto 
quiere decir no considerarlo fuera de su contexto histórico, no verlo 
sólo como una relación entre hombres y mujeres, sino como el modo en que
 esas relaciones se producen en el contexto de sus circunstancias 
históricas. No guetificar la violencia de género también quiere decir 
que su carácter enigmático se esfuma y la violencia deja de ser un 
misterio cuando ella se ilumina desde la actualidad del mundo en que 
vivimos. Claro que la vemos de forma fragmentada, como casos dispersos 
de letalidad de las mujeres –aunque cada vez más frecuentes–, pero son 
epifenómenos que parten de circunstancias plenamente históricas de las 
relaciones sociales y con la naturaleza. En este sentido, diría que hay 
una extraña afinidad, o mejor dicho: una concurrencia, en el presente, 
entre: 1. La explotación económica característica de nuestra época con 
su uso abusivo del cosmos natural del que retiramos la posibilidad misma
 de la vida; 2. El accionar de una élite que predica y practica un 
proyecto económico que tiende a la concentración extrema y que tiene 
como horizonte el mercado global, viendo como antagonistas a los 
mercados locales, y 3. El moralismo de los valores de esta élite, a 
diferencia de los capitalistas del pasado, modernizadores y 
desarrollistas, que predicaban la modernización del estilo de vida y la 
gestión de los cuerpos.
¿Qué tipo de concurrencia?
–Que esta élite es intensamente moralista a la vez que estamos en 
una circunstancia de abuso y rapiña al nicho natural de toda vida, es 
decir, la tierra. Entonces, son tres dimensiones a la vez: las elites 
que conducen la economía, la fase del capital rapiñadora con relación a 
todo aquello de lo que puede extraerse riqueza bajo la ideología de la 
acumulación por desposesión o despojo y un moralismo feroz con relación a
 la sexualidad, al aborto, a los intereses de las mujeres en general.
¿Qué significa ese moralismo?
–Hay una relación a pensar entre la presión por el despojo y el 
moralismo en la gestión de los cuerpos. En otras épocas, las élites 
modernizadoras no eran moralistas, sino que más bien eran 
liberalizadoras respecto a las conductas. Hoy no. Junto a la no 
preservación del suelo nutricio de la vida, de la tierra, hay una 
insensibilidad para esa agresión del nicho. A esto se suma una 
progresiva crueldad hacia el cuerpo de las mujeres, y a los cuerpos 
feminizados en general. Es una totalidad que, si no la entendemos bien, 
no podemos atacar las bases de lo que nos hace sufrir como mujeres. Pero
 vinculado a esto hay que entender las presiones que sufren en el 
momento presente todos los sujetos que viven de su trabajo. No sólo 
manual, sino también intelectual. Todxs estamos sujetos a una tremenda 
presión, una especie de intemperie y riesgo permanente que revela que 
nuestras circunstancias son las de un sálvese quien pueda, ya que en 
cualquier momento podemos ser impugnados, desechados, vueltos 
prescindibles, defenestrados de nuestra posición, perseguidos, 
despojados. Es una indefensión generalizada. Lo social deviene un marco 
de peligro. Ahí funciona el discurso de las vidas precarias que no son 
sólo de los que consideramos vulnerables (migrantes, pobres, etc.), sino
 de todos y cada unx, debido a que la lógica de la productividad se 
vuelve más y más asfixiante en todos los campos de la vida. Pensemos en 
las 85 personas que concentran la mitad de la riqueza mundial: no se 
trata ya sólo del pecado de la desigualdad por acumulación y 
concentración, sino que tienen poder de vida y de muerte sobre la 
humanidad porque su capital compra muerte, cambia leyes, suspende 
derechos. La situación, en este sentido, es apocalíptica. Lo que les 
sucede a las mujeres no puede desvincularse de este momento apocalíptico
 del proyecto histórico del capital.
¿Tiene una especificidad en América latina?
–Esta intemperie de la vida con derechos suspendidos se relaciona 
con algo que digo que encuentro en una situación de violencia como la 
que acontece en Bolivia, donde sucedió un franco proceso democratizador 
en términos étnicos y de género. En Bolivia, a la vez que muchas de las 
mujeres del Parlamento son de pollera, que no abdicaron de su 
indigenidad, vemos que es un país de enorme letalidad para las mujeres. A
 pesar de que hay pocos homicidios (medidos por cien mil habitantes, 
como se hace en las estadísticas de los organismos internacionales), hay
 un gran enigma porque mientras la relación entre la totalidad de 
homicidios y los cometidos contra de mujeres en el mundo, en media, es 
de un 17 por ciento, en Bolivia esa relación supera el 50 por ciento. 
Algunas feministas dicen que el género masculino reacciona al avance de 
las mujeres en el campo del trabajo y la autoridad política. Pero en el 
caso de Bolivia esta tesis no se sustenta porque las mujeres siempre 
tuvieron una posición dominante en el mercado y respecto al dinero, y 
tuvieron autoridad política desde su parcialidad, el espacio doméstico, 
que en las sociedades comunitarias, a diferencia de las sociedades 
modernas, es pleno de politicidad. Por eso, el problema es el espacio 
que ocupan hoy en el campo del Estado y del avance del Estado sobre la 
comunidad, destruyendo los vínculos comunitarios y colectivistas, aun, 
muchas veces, en nombre de los buenos propósitos del discurso 
modernizador. Ahí se generan tensiones en la medida en que el frente 
estatal no es solamente estatal, sino estatal-empresarial y mediático, 
es decir, indisociable de los intereses empresariales-corporativos. Este
 pacto estatal-empresarial va rasgando el tejido comunitario. En esta 
situación de avance del frente estatal, siempre colonial, empresarial y 
mediático, el hombre de esa comunidad, el hombre indígena, se transforma
 en el colonizador dentro de casa, y el hombre de la masa urbana se 
convierte en el patrón dentro de casa. En otras palabras, el hombre del 
hogar indígena-campesino se convierte en el representante de la presión 
colonizadora y despojadora puertas adentro, y el hombre de las masas 
trabajadoras y de los empleos precarios se convierte en el agente de la 
presión productivista, competitiva y operadora del descarte puertas 
adentro.
¿Qué relación le ves con sociedades que no tienen esa trama comunitaria?
–Lo que quiero decir es que el hombre campesino-indígena a lo largo 
de la historia colonial de nuestro continente, así como el de las masas 
urbanas de trabajadores bajo la regla del capital, se ven emasculados 
como efecto de su subordinación a la regla del blanco, el primero, y del
 patrón, el segundo, y en general, como sabemos, al patrón blanco o 
blanqueado de nuestras costas. Y es al retornar a su nicho familiar que 
se redime de esta emasculación, restaurándose en la plataforma de 
masculinidad mediante la violencia. Ese es su mandato masculino. En el 
mundo de las grandes urbes, sometido a la explotación anómica del 
trabajo propia de estas nueva fase del capital, el hombre se transforma 
en el patrón del hogar, pues llega a su casa contaminado por la regla 
del patrón, ya que, como sabemos, el hombre es más vulnerable a la regla
 del poder, porque se percibe escindido entre dos lealtades: su lealtad a
 su familia, a su comunidad, a su gente, a sus afectos, por un lado, y 
su lealtad al otro hombre, el que lo domina y oprime, al que va a 
emular, por efecto de su mandato de masculinidad, que nos acompaña a lo 
largo del tiempo de la especie, y que debemos insurgir, entre todos, 
hombres y mujeres, con sus diversidades sexuales, porque a todos nos 
hace sufrir.... yo diría que en la misma medida, a pesar de diferentes 
formas. En el caso de la fase actual, apocalíptica, del capital, esta 
situación desata una violencia nueva: la frontera porosa del espacio 
familiar hace que el hombre lleve hasta allí la crueldad que impera en 
los espacios circundantes. Inclusive, cuando la atmósfera es francamente
 bélica, como es en los escenarios en expansión de las nuevas formas de 
la guerra en América latina, con la proliferación del control mafioso de
 la economía, la política y amplios sectores de la sociedad, lo que 
atraviesa e interviene el ámbito de los vínculos de género es la regla 
violenta de la atmósfera propia del crimen organizado y las pandillas, 
maras, corporaciones armadas de la guerra informal, sicariatos. Es por 
todo esto que de forma alguna podemos abordar el problema de la 
violencia de género y la letalidad en aumento de las mujeres hoy como si
 fuera un tema separado de la intemperie de la vida con todas sus 
presiones. Presiones y niveles de anomia característicos de los cambios 
de época, pues de hecho estamos asistiendo a un tránsito entre épocas 
que hace que el momento actual presente características de liminaridad y
 suspensión de las normativas que dan previsibilidad y amparo a las 
gentes, dentro de una gramática compartida. Es probable que los tiempos 
de la conquista, como dije anteriormente, por la suspensión de 
prácticamente toda norma excepto la del saqueo, y la revolución 
industrial, por la novedad que impuso a las relaciones de trabajo, hayan
 expuesto a los pueblos a circunstancias semejantes.
¿Esto lo vinculás a que varios de los homicidas después se autolesionen?
–El dolor es un dolor social. No creo que las mujeres deban aislarse
 en su sufrimiento. Yo, como ya lo he dicho alguna vez, justamente en 
una entrevista que me hiciste hace ya algún tiempo, soy feminista de 
segunda generación. No soy una nueva conversa. El nuevo converso es 
siempre más dogmático, más intransigente, incapaz de ver los tonos de 
gris, las ambigüedades propias de la vida como ella es. Creo que el 
problema es de hombres y de mujeres, ambos padecen, pero resuelven de 
formas diferentes su padecimiento. Infelizmente, como expliqué, los 
hombres son más vulnerables por el mandato de emulación de la posición 
de poder que los somete pero cuyo patrón de conducta se convierte en su 
modelo de comportamiento. El hombre, entonces, es violento porque es 
frágil, porque es constitutivamente inseguro en su masculinidad, y 
porque, en nuestras costas, es decir, en el paisaje marcado por la 
colonialidad que habitamos y que nos constituye, es permanentemente 
emasculado por su condición subordinada y capturado por el modelo de 
masculinidad de su opresor. Es por esto que digo que el sirve de 
bisagra, entre los mundos del dominador y de los dominados. Su situación
 es de una indigencia existencial absoluta. Si a esto le sumamos el tema
 de la mirada rapiñadora sobre el planeta y sus criaturas (y no 
olvidemos la raíz común de las palabras rapiña y rape, violación en 
inglés), tendremos el cuadro completo de la transformación de la vida en
 cosa, la transformación de las personas en mercancía, en primer lugar 
el pasaje de las mujeres a esa condición de objeto, a su disponibilidad y
 desechabilidad, ya que la mímesis de los hombres con la posición de 
poder de sus pares y opresores encuentra en ellas las víctimas a mano 
para dar paso a la cadena de mandos y expropiaciones.
¿Cómo ves al feminismo frente a esta realidad?
–Creo que las mujeres nunca tuvimos más leyes, políticas públicas, 
discurso cívico e instituciones de apoyo que ahora. Sólo que esos 
derechos no pueden ser usufructuados porque el lecho en el que ellos 
están suscriptos presiona en sentido contrario. Entonces, o atacamos ese
 proyecto histórico del capital o no vamos a solucionar el problema de 
las mujeres. El feminismo hegemónico ha apostado todas sus fichas a la 
conquista de derechos. Esto muestra una fuerte influencia europea, donde
 la relación entre Estado y sociedad es bien distinta por razones 
históricas. En América latina, nuestros estados republicanos fueron 
creados por las élites criollas y por tanto son herederos de la 
modalidad de administración colonial de la cual descienden. Los llamamos
 estados de la misma forma que llamamos a los estados europeos, pero en 
Europa y en América latina esta entidad no es la misma, como 
consecuencia de la historia que la constituyó. Los estados europeos y 
los de nuestras costas ni están conformados de la misma forma ni pueden 
representar a la sociedad de la misma manera. La hegemonía del feminismo
 europeo nos convenció de hacer una apuesta casi exclusiva a las luchas 
en el campo estatal. Pero en América latina la lucha no pueden ser ésa, 
porque ya tuvimos muchas victorias en ese campo y, aún así, el Estado en
 nuestras sociedades tiene su foco en la protección de los bienes y no 
ha dado muestras de ser capaz de proteger a las personas.
¿Cuál es la estrategia?
–Las mujeres debemos sacar los pies del campo estatal. Esto no 
quiere decir abandonarlo, como a veces se han interpretado mis palabras.
 No se pueden abandonar las luchas en el campo estatal, por leyes, 
políticas e instituciones propias. Pero lo que quiero decir es que 
debemos llevar adelante otras luchas, sólo nuestras y en un campo otro, 
marginal con respecto a la égida del Estado, con estrategias 
autogestionadas de autoprotección. Necesitamos vínculos más fuertes 
entre mujeres, vínculos que blinden los espacios de nuestras vidas, 
independientemente de las leyes y las instituciones, y que rompan el 
modelo de la familia nuclear.
Hubo una viralización de videos de chicas que denunciaban algún tipo de violencia... ¿Cómo ves esos fenómenos?
–Creo que nosotras debemos construir nuestros propios blindajes. 
Volvernos agentes de nuestra propia protección por la ineficacia del 
Estado. Claro, los videos son un camino rizomático. Pero las estrategias
 no pueden tener un aspecto, un formato, una estética vanguardista. Veo 
negativamente toda forma de vanguardismo porque éstos se apartan de la 
sociedad como ella es y se constituyen en tutelas de quienes creen estar
 en la cresta de la onda, en general grupos o logias de illuminati, que 
están al tanto de lo hay que saber y hacer, pero por eso mismo acaban 
haciendo daño a lo que dicen defender. Es necesario que las estrategias 
de autodefensa proliferen pero no como prácticas vanguardistas, sino 
como prácticas de las rutinas, de las calles, de las casas, en la vida 
cotidiana de la gente tal como es. Las campañas de Twitter y Facebook 
son interesantes porque son formas de dispersión a través de las redes. 
Pero mucho más interesante es la palabra que circula boca a boca y en la
 calle. Uno de los problemas del feminismo es que se salió de la calle. 
El precio que tuvimos que pagar por institucionalizarnos, transformar lo
 que hacemos en carreras y en profesiones es precisamente que 
abandonamos el día a día y el cuerpo a cuerpo, en la calle y en los 
vínculos entre mujeres, que en el feminismo de los años setenta era muy 
fuerte y eficaz.
¿Cómo interviene la reproducción mediática en la lógica de estos hechos?
–En este contexto tenemos unos medios que colaboran con exhibir 
públicamente la agresión a las mujeres y al mismo tiempo afirman, 
declaran, y se suman al clamor de “ni una más” o “ni una menos”. ¿Cómo 
se entiende que los medios que rapiñan el cuerpo de las mujeres, dando 
lección de burla, de crueldad y de ataque a la dignidad de las mujeres, 
luego dicen sumarse a estas campañas? ¿Qué pretende Tinelli cuando dice 
esas consignas si él vive como proxeneta de los culos y las tetas de las
 mujeres que captura con la lente de su cámara y exhibe en su escaparate
 para el escarnio público? Creo que hay que desentrañar la operación: lo
 que hace es intentar desacoplarse. Tinelli sabe que la pedagogía de su 
programa televisivo enseña el ejercicio de la crueldad en los hogares y 
en la calle. Lo sabe, y por saberlo busca desacoplarse, escamotear, 
desmarcarse de su vínculo estrecho con ese sujeto que golpea y mata a 
una mujer. Hay una identidad común entre ese sujeto femicida y la cámara
 de Tinelli al explotar los cuerpos expuestos en su programa. Afinidad 
esta que Tinelli, cuando adhiere a la fórmula del “ni una menos”, 
pretende disimular. Frente a esto, pienso que la expansión de los 
derechos humanos siempre ha sido la expansión de la lista de nombres del
 sufrimiento humano, avanzar en el campo de los derechos siempre ha sido
 avanzar en el intento de nombrar las formas de sufrimiento y sus 
causales. A partir de la segunda mitad del siglo veinte hemos visto la 
proliferación de nombres para las modalidades de violencia contra las 
mujeres: violencia física, sexual, psicológica, moral, financiera y 
patrimonial. Todavía está por nombrarse la violencia alimentaria, ya que
 las mujeres comen menos y, cuando hay menos alimento en un hogar, las 
mujeres son las primeras que lo sienten, especialmente en el campo. 
También hemos nombrado el femicidio, que incluye los crímenes de la 
intimidad, como también los cometidos por los efectivos a mando de las 
mafias que operan en las nuevas formas de la guerra, y, en los países 
asiáticos, el desecho de las niñas. Incluyo allí, en esa categoría, 
también la trata y la explotación sexual porque hay mujeres en esa 
situación que viven en condiciones concentracionarias, o sea, en 
condiciones constitutivas del crimen de genocidio. Pero nos falta dar 
vida a un concepto fundamental en esta historia...
Te escucho...
–La fantástica herramienta del concepto de violencia mediática 
contra las mujeres, que ya forma parte de la ley 26.485, y que propongo 
aquí como categoría jurídica en el campo de los derechos humanos a la 
que debemos dotar de un elenco de contenidos precisos y activar con 
acciones concretas en la Justicia. Para que la victimización de las 
mujeres deje de ser un espectáculo de fin de tarde o de domingos después
 de misa. Para que los medios tengan que explicarnos por qué no es 
posible retirar a la mujer de ese lugar de víctima sacrificial, expuesta
 a la rapiña en su casa, en la calle, en la televisión de cada hogar, 
donde cada una de estas ejecuciones ejemplarizantes es reproducida hasta
 el hartazgo en sus detalles mórbidos por una agenda periodística que se
 ha vuelto ya indefendible e insostenible. Judicializar de verdad esta 
agenda violenta y reproductora del daño como solaz no sólo obtendrá, en 
algunos casos, sentencias por parte de los jueces, sino también, con su 
eficacia retórica, hará que la gente comience a sentir y pensar en los 
medios como violentos. Tenemos que trabajar para transformar la 
sensibilidad de las audiencias frente a la crueldad como diversión y 
ante los medios como objetables. Pasaríamos así a entender e interpelar a
 los medios con nociones afines a la de “autoría intelectual” y a la de 
“instigación al delito”, develando que, con relación a las mujeres y a 
los sujetos feminizados, funcionan como “brazo ideológico de la 
estrategia de la crueldad”.
Publicado originalmene en:  http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/suplementos/las12/13-9737-2015-06-01.html