Entrevista
La antropóloga argentina Rita Segato es una de las voces más lúcidas e inquietas a la hora de pensar y ubicar políticamente la violencia contra las mujeres que ahora mismo conmueve y moviliza a la sociedad, cruzando por fin la barrera de aislamiento en el que suelen tratarse estos temas. Para Segato, no se puede pensar esta violencia por fuera de las estructuras económicas capitalistas “de rapiña”, que necesitan de la falta de empatía entre las personas –de una pedagogía de la crueldad– para sostener su poder. El cuerpo de las mujeres es el soporte privilegiado para escribir y emitir este mensaje violento y aleccionador que cuenta con la intensificación de la violencia mediática contra ellas como “brazo ideológico de la estrategia de la crueldad”. En esta entrevista la antropóloga desafía su propio pensamiento, a la vez que lamenta estar lejos de su país de origen y no poder participar de ese hecho histórico que significa una manifestación masiva como la que se augura el próximo 3 de junio en casi todo el país para decirles “basta” a los femicidios que día a día pueblan las noticias.
Rita Segato, antropóloga argentina y residente hace
décadas en Brasil, tiene una forma de hablar que se arremolina de ideas.
Enhebra, vuelve una y otra vez. Pregunta si lo que dice “hace sentido”.
No deja que la interrumpan si está en el envión de una idea. Luego
escucha a fondo y hace de la pregunta un insumo de su razonamiento.
Entrevistarla es un placer de la conversación. Con un zigzag propio, con
enmiendas, porque lo que dice asume un riesgo: el del ritmo del
pensamiento.
Esta vez se trata de hablar del tema que nos tiene a todas tomadas.
La proliferación de los crímenes contra mujeres que no dejan de
sucederse, replicarse, mediatizarse en nuestro país. Segato fue pionera
en ponerle a esta realidad una hipótesis política. En el libro Las
Estructuras Elementales de la Violencia (Prometeo 2003 y 2013) ya
hablaba de la “violencia expresiva” en los crímenes de género.
Formulación que la condujo a interpretar los asesinatos de mujeres en
Ciudad Juárez en La escritura en el cuerpo de las mujeres (Tinta Limón)
como violencia que ve en el cuerpo femenino un tapiz sobre el cual
escribir un mensaje. En la edición mexicana del ensayo que le da
continuidad, Las Nuevas Formas de la Guerra y el Cuerpo de las Mujeres
(Pez en el Arbol), escribimos en el prólogo junto a Raquel Gutiérrez
Aguilar: “Hay una novedad, incluso en su repetición. La guerra toma
nuevas formas, asume ropajes desconocidos. Y no es casual la metáfora
textil: su principal bastidor en estos tiempos es el cuerpo femenino.
Texto y territorio de una violencia que se escribe privilegiadamente
ahí. Una guerra de nuevo tipo. La dificultad de comprensión, creemos,
debe analizarse como un elemento estratégico de la novedad: como una
verdadera dimensión contrainsurgente”. En Argentina, la realidad del
femicidio exige volver sobre la idea-fuerza de Segato: ¿qué mensaje se
transmite en estos crímenes que, ahora, parecen no tener límite
doméstico, sino que acontecen en medio de un bar, un jardín de infantes o
la calle misma? Se trata de una “pedagogía de la crueldad”, esgrime la
entrevistada, indisociable de una intensificación de la “violencia
mediática” contra las mujeres.
¿Cómo entender esta multiplicación de crímenes contra mujeres, cada vez más públicos?
–Creo que un primer telón de fondo que hay que aclarar es la fase
actual de la explotación, que involucra un tipo de retorno al trabajo
servil, semiesclavo e incluso esclavo, producido por la caída de la
centralidad del salario. Esta modalidad de sujeción de personas como
mercancía demanda una insensibilidad particular. Hay una idea que estoy
trabajando, donde elaboro algo que empezó como una broma y ahora es
serio: estaríamos hoy en tiempos de conquistualidad del poder, más que
de colonialidad del poder, como propuso Aníbal Quijano en su célebre
formulación. Me refiero a una nueva fase de conquista de los
territorios, de rapiña de todo, sin límites legales. Una característica
esencial de la conquista fue la suspensión del derecho, de los códigos
de justicia de la época, por la cual la corona pasó a tener una
existencia en gran medida ficcional como poder central. Hoy estamos en
un momento semejante debido a la ferocidad de las apropiaciones
territoriales, al desalojo de los pueblos de sus espacios de vida,
realizados con una truculencia extrema. Muchas veces esa crueldad se
exhibe aun más en el cuerpo de las mujeres. Es lo que pasa, por ejemplo,
en los desplazamientos de poblaciones en el Pacífico colombiano.
Es tu idea de la violencia expresiva...
–El paradigma de explotación actual supone una variedad enorme de
formas de desprotección de la vida humana, y esta modalidad de
explotación depende de la disminución de la empatía entre personas que
es el principio de la crueldad. De ahí hay sólo un paso a decir que el
capital hoy depende de una pedagogía de la crueldad, de acostumbrarnos
al espectáculo de la crueldad.
Efectivamente, tengo la propuesta de entender siempre la violencia
como expresiva. En este caso, la violencia nos está hablando de
presiones que se originan en el espacio público, en el mundo del
trabajo, en la presión productivista, en la exigencia competitiva, en
esa intemperie y desprotección de la vida hoy, en ese riesgo de la
sobrevivencia que nos afecta a absolutamente todos los que vivimos de
nuestro trabajo, y acaba interfiriendo y lesionando el espacio de la
intimidad porque atraviesa y alcanza las relaciones afectivas, y
finalmente hay una captura del espacio de la intimidad y de los
sentimientos por el modo de explotación al que estamos sujetos. La
violencia íntima en el espacio público, como está curiosamente
ocurriendo hoy en la Argentina, no es otra cosa que un enunciado del
carácter también público del problema íntimo, y del modo en que el
estado de intemperie e indefensión frente a la agresión generalizada a
la vida y a los territorios deviene y se expresa en agresión a las
mujeres frente al ojo público. Es la exhibición incontestable de la
unidad y naturaleza indisociable del problema, de la correlación y
articulación innegable entre lo que pasa en la atmósfera de violencia y
desamparo en el mundo de la reproducción material de la existencia, y lo
que pasa en el mundo de los sentimientos entre las personas. Es al
mismo tiempo una ejecución ejemplar –pues las ejecuciones en el ojo
público tienen esa dimensión de ejemplaridad, de advertencia– y una
queja, un reclamo gritado a los cuatro vientos.
¿Qué papel juega la subjetividad masculina?
–Evidentemente la masculinidad está más disponible para la crueldad
porque el entrenamiento para volverse masculino obliga a desarrollar una
afinidad significativa, a lo largo de la historia de la especie, entre
masculinidad y guerra, entre masculinidad y crueldad, y entre
masculinidad y capitalismo en esta fase rapiñadora y anómica. En este
sentido, es muy importante no guetificar la cuestión de género. Esto
quiere decir no considerarlo fuera de su contexto histórico, no verlo
sólo como una relación entre hombres y mujeres, sino como el modo en que
esas relaciones se producen en el contexto de sus circunstancias
históricas. No guetificar la violencia de género también quiere decir
que su carácter enigmático se esfuma y la violencia deja de ser un
misterio cuando ella se ilumina desde la actualidad del mundo en que
vivimos. Claro que la vemos de forma fragmentada, como casos dispersos
de letalidad de las mujeres –aunque cada vez más frecuentes–, pero son
epifenómenos que parten de circunstancias plenamente históricas de las
relaciones sociales y con la naturaleza. En este sentido, diría que hay
una extraña afinidad, o mejor dicho: una concurrencia, en el presente,
entre: 1. La explotación económica característica de nuestra época con
su uso abusivo del cosmos natural del que retiramos la posibilidad misma
de la vida; 2. El accionar de una élite que predica y practica un
proyecto económico que tiende a la concentración extrema y que tiene
como horizonte el mercado global, viendo como antagonistas a los
mercados locales, y 3. El moralismo de los valores de esta élite, a
diferencia de los capitalistas del pasado, modernizadores y
desarrollistas, que predicaban la modernización del estilo de vida y la
gestión de los cuerpos.
¿Qué tipo de concurrencia?
–Que esta élite es intensamente moralista a la vez que estamos en
una circunstancia de abuso y rapiña al nicho natural de toda vida, es
decir, la tierra. Entonces, son tres dimensiones a la vez: las elites
que conducen la economía, la fase del capital rapiñadora con relación a
todo aquello de lo que puede extraerse riqueza bajo la ideología de la
acumulación por desposesión o despojo y un moralismo feroz con relación a
la sexualidad, al aborto, a los intereses de las mujeres en general.
¿Qué significa ese moralismo?
–Hay una relación a pensar entre la presión por el despojo y el
moralismo en la gestión de los cuerpos. En otras épocas, las élites
modernizadoras no eran moralistas, sino que más bien eran
liberalizadoras respecto a las conductas. Hoy no. Junto a la no
preservación del suelo nutricio de la vida, de la tierra, hay una
insensibilidad para esa agresión del nicho. A esto se suma una
progresiva crueldad hacia el cuerpo de las mujeres, y a los cuerpos
feminizados en general. Es una totalidad que, si no la entendemos bien,
no podemos atacar las bases de lo que nos hace sufrir como mujeres. Pero
vinculado a esto hay que entender las presiones que sufren en el
momento presente todos los sujetos que viven de su trabajo. No sólo
manual, sino también intelectual. Todxs estamos sujetos a una tremenda
presión, una especie de intemperie y riesgo permanente que revela que
nuestras circunstancias son las de un sálvese quien pueda, ya que en
cualquier momento podemos ser impugnados, desechados, vueltos
prescindibles, defenestrados de nuestra posición, perseguidos,
despojados. Es una indefensión generalizada. Lo social deviene un marco
de peligro. Ahí funciona el discurso de las vidas precarias que no son
sólo de los que consideramos vulnerables (migrantes, pobres, etc.), sino
de todos y cada unx, debido a que la lógica de la productividad se
vuelve más y más asfixiante en todos los campos de la vida. Pensemos en
las 85 personas que concentran la mitad de la riqueza mundial: no se
trata ya sólo del pecado de la desigualdad por acumulación y
concentración, sino que tienen poder de vida y de muerte sobre la
humanidad porque su capital compra muerte, cambia leyes, suspende
derechos. La situación, en este sentido, es apocalíptica. Lo que les
sucede a las mujeres no puede desvincularse de este momento apocalíptico
del proyecto histórico del capital.
¿Tiene una especificidad en América latina?
–Esta intemperie de la vida con derechos suspendidos se relaciona
con algo que digo que encuentro en una situación de violencia como la
que acontece en Bolivia, donde sucedió un franco proceso democratizador
en términos étnicos y de género. En Bolivia, a la vez que muchas de las
mujeres del Parlamento son de pollera, que no abdicaron de su
indigenidad, vemos que es un país de enorme letalidad para las mujeres. A
pesar de que hay pocos homicidios (medidos por cien mil habitantes,
como se hace en las estadísticas de los organismos internacionales), hay
un gran enigma porque mientras la relación entre la totalidad de
homicidios y los cometidos contra de mujeres en el mundo, en media, es
de un 17 por ciento, en Bolivia esa relación supera el 50 por ciento.
Algunas feministas dicen que el género masculino reacciona al avance de
las mujeres en el campo del trabajo y la autoridad política. Pero en el
caso de Bolivia esta tesis no se sustenta porque las mujeres siempre
tuvieron una posición dominante en el mercado y respecto al dinero, y
tuvieron autoridad política desde su parcialidad, el espacio doméstico,
que en las sociedades comunitarias, a diferencia de las sociedades
modernas, es pleno de politicidad. Por eso, el problema es el espacio
que ocupan hoy en el campo del Estado y del avance del Estado sobre la
comunidad, destruyendo los vínculos comunitarios y colectivistas, aun,
muchas veces, en nombre de los buenos propósitos del discurso
modernizador. Ahí se generan tensiones en la medida en que el frente
estatal no es solamente estatal, sino estatal-empresarial y mediático,
es decir, indisociable de los intereses empresariales-corporativos. Este
pacto estatal-empresarial va rasgando el tejido comunitario. En esta
situación de avance del frente estatal, siempre colonial, empresarial y
mediático, el hombre de esa comunidad, el hombre indígena, se transforma
en el colonizador dentro de casa, y el hombre de la masa urbana se
convierte en el patrón dentro de casa. En otras palabras, el hombre del
hogar indígena-campesino se convierte en el representante de la presión
colonizadora y despojadora puertas adentro, y el hombre de las masas
trabajadoras y de los empleos precarios se convierte en el agente de la
presión productivista, competitiva y operadora del descarte puertas
adentro.
¿Qué relación le ves con sociedades que no tienen esa trama comunitaria?
–Lo que quiero decir es que el hombre campesino-indígena a lo largo
de la historia colonial de nuestro continente, así como el de las masas
urbanas de trabajadores bajo la regla del capital, se ven emasculados
como efecto de su subordinación a la regla del blanco, el primero, y del
patrón, el segundo, y en general, como sabemos, al patrón blanco o
blanqueado de nuestras costas. Y es al retornar a su nicho familiar que
se redime de esta emasculación, restaurándose en la plataforma de
masculinidad mediante la violencia. Ese es su mandato masculino. En el
mundo de las grandes urbes, sometido a la explotación anómica del
trabajo propia de estas nueva fase del capital, el hombre se transforma
en el patrón del hogar, pues llega a su casa contaminado por la regla
del patrón, ya que, como sabemos, el hombre es más vulnerable a la regla
del poder, porque se percibe escindido entre dos lealtades: su lealtad a
su familia, a su comunidad, a su gente, a sus afectos, por un lado, y
su lealtad al otro hombre, el que lo domina y oprime, al que va a
emular, por efecto de su mandato de masculinidad, que nos acompaña a lo
largo del tiempo de la especie, y que debemos insurgir, entre todos,
hombres y mujeres, con sus diversidades sexuales, porque a todos nos
hace sufrir.... yo diría que en la misma medida, a pesar de diferentes
formas. En el caso de la fase actual, apocalíptica, del capital, esta
situación desata una violencia nueva: la frontera porosa del espacio
familiar hace que el hombre lleve hasta allí la crueldad que impera en
los espacios circundantes. Inclusive, cuando la atmósfera es francamente
bélica, como es en los escenarios en expansión de las nuevas formas de
la guerra en América latina, con la proliferación del control mafioso de
la economía, la política y amplios sectores de la sociedad, lo que
atraviesa e interviene el ámbito de los vínculos de género es la regla
violenta de la atmósfera propia del crimen organizado y las pandillas,
maras, corporaciones armadas de la guerra informal, sicariatos. Es por
todo esto que de forma alguna podemos abordar el problema de la
violencia de género y la letalidad en aumento de las mujeres hoy como si
fuera un tema separado de la intemperie de la vida con todas sus
presiones. Presiones y niveles de anomia característicos de los cambios
de época, pues de hecho estamos asistiendo a un tránsito entre épocas
que hace que el momento actual presente características de liminaridad y
suspensión de las normativas que dan previsibilidad y amparo a las
gentes, dentro de una gramática compartida. Es probable que los tiempos
de la conquista, como dije anteriormente, por la suspensión de
prácticamente toda norma excepto la del saqueo, y la revolución
industrial, por la novedad que impuso a las relaciones de trabajo, hayan
expuesto a los pueblos a circunstancias semejantes.
¿Esto lo vinculás a que varios de los homicidas después se autolesionen?
–El dolor es un dolor social. No creo que las mujeres deban aislarse
en su sufrimiento. Yo, como ya lo he dicho alguna vez, justamente en
una entrevista que me hiciste hace ya algún tiempo, soy feminista de
segunda generación. No soy una nueva conversa. El nuevo converso es
siempre más dogmático, más intransigente, incapaz de ver los tonos de
gris, las ambigüedades propias de la vida como ella es. Creo que el
problema es de hombres y de mujeres, ambos padecen, pero resuelven de
formas diferentes su padecimiento. Infelizmente, como expliqué, los
hombres son más vulnerables por el mandato de emulación de la posición
de poder que los somete pero cuyo patrón de conducta se convierte en su
modelo de comportamiento. El hombre, entonces, es violento porque es
frágil, porque es constitutivamente inseguro en su masculinidad, y
porque, en nuestras costas, es decir, en el paisaje marcado por la
colonialidad que habitamos y que nos constituye, es permanentemente
emasculado por su condición subordinada y capturado por el modelo de
masculinidad de su opresor. Es por esto que digo que el sirve de
bisagra, entre los mundos del dominador y de los dominados. Su situación
es de una indigencia existencial absoluta. Si a esto le sumamos el tema
de la mirada rapiñadora sobre el planeta y sus criaturas (y no
olvidemos la raíz común de las palabras rapiña y rape, violación en
inglés), tendremos el cuadro completo de la transformación de la vida en
cosa, la transformación de las personas en mercancía, en primer lugar
el pasaje de las mujeres a esa condición de objeto, a su disponibilidad y
desechabilidad, ya que la mímesis de los hombres con la posición de
poder de sus pares y opresores encuentra en ellas las víctimas a mano
para dar paso a la cadena de mandos y expropiaciones.
¿Cómo ves al feminismo frente a esta realidad?
–Creo que las mujeres nunca tuvimos más leyes, políticas públicas,
discurso cívico e instituciones de apoyo que ahora. Sólo que esos
derechos no pueden ser usufructuados porque el lecho en el que ellos
están suscriptos presiona en sentido contrario. Entonces, o atacamos ese
proyecto histórico del capital o no vamos a solucionar el problema de
las mujeres. El feminismo hegemónico ha apostado todas sus fichas a la
conquista de derechos. Esto muestra una fuerte influencia europea, donde
la relación entre Estado y sociedad es bien distinta por razones
históricas. En América latina, nuestros estados republicanos fueron
creados por las élites criollas y por tanto son herederos de la
modalidad de administración colonial de la cual descienden. Los llamamos
estados de la misma forma que llamamos a los estados europeos, pero en
Europa y en América latina esta entidad no es la misma, como
consecuencia de la historia que la constituyó. Los estados europeos y
los de nuestras costas ni están conformados de la misma forma ni pueden
representar a la sociedad de la misma manera. La hegemonía del feminismo
europeo nos convenció de hacer una apuesta casi exclusiva a las luchas
en el campo estatal. Pero en América latina la lucha no pueden ser ésa,
porque ya tuvimos muchas victorias en ese campo y, aún así, el Estado en
nuestras sociedades tiene su foco en la protección de los bienes y no
ha dado muestras de ser capaz de proteger a las personas.
¿Cuál es la estrategia?
–Las mujeres debemos sacar los pies del campo estatal. Esto no
quiere decir abandonarlo, como a veces se han interpretado mis palabras.
No se pueden abandonar las luchas en el campo estatal, por leyes,
políticas e instituciones propias. Pero lo que quiero decir es que
debemos llevar adelante otras luchas, sólo nuestras y en un campo otro,
marginal con respecto a la égida del Estado, con estrategias
autogestionadas de autoprotección. Necesitamos vínculos más fuertes
entre mujeres, vínculos que blinden los espacios de nuestras vidas,
independientemente de las leyes y las instituciones, y que rompan el
modelo de la familia nuclear.
Hubo una viralización de videos de chicas que denunciaban algún tipo de violencia... ¿Cómo ves esos fenómenos?
–Creo que nosotras debemos construir nuestros propios blindajes.
Volvernos agentes de nuestra propia protección por la ineficacia del
Estado. Claro, los videos son un camino rizomático. Pero las estrategias
no pueden tener un aspecto, un formato, una estética vanguardista. Veo
negativamente toda forma de vanguardismo porque éstos se apartan de la
sociedad como ella es y se constituyen en tutelas de quienes creen estar
en la cresta de la onda, en general grupos o logias de illuminati, que
están al tanto de lo hay que saber y hacer, pero por eso mismo acaban
haciendo daño a lo que dicen defender. Es necesario que las estrategias
de autodefensa proliferen pero no como prácticas vanguardistas, sino
como prácticas de las rutinas, de las calles, de las casas, en la vida
cotidiana de la gente tal como es. Las campañas de Twitter y Facebook
son interesantes porque son formas de dispersión a través de las redes.
Pero mucho más interesante es la palabra que circula boca a boca y en la
calle. Uno de los problemas del feminismo es que se salió de la calle.
El precio que tuvimos que pagar por institucionalizarnos, transformar lo
que hacemos en carreras y en profesiones es precisamente que
abandonamos el día a día y el cuerpo a cuerpo, en la calle y en los
vínculos entre mujeres, que en el feminismo de los años setenta era muy
fuerte y eficaz.
¿Cómo interviene la reproducción mediática en la lógica de estos hechos?
–En este contexto tenemos unos medios que colaboran con exhibir
públicamente la agresión a las mujeres y al mismo tiempo afirman,
declaran, y se suman al clamor de “ni una más” o “ni una menos”. ¿Cómo
se entiende que los medios que rapiñan el cuerpo de las mujeres, dando
lección de burla, de crueldad y de ataque a la dignidad de las mujeres,
luego dicen sumarse a estas campañas? ¿Qué pretende Tinelli cuando dice
esas consignas si él vive como proxeneta de los culos y las tetas de las
mujeres que captura con la lente de su cámara y exhibe en su escaparate
para el escarnio público? Creo que hay que desentrañar la operación: lo
que hace es intentar desacoplarse. Tinelli sabe que la pedagogía de su
programa televisivo enseña el ejercicio de la crueldad en los hogares y
en la calle. Lo sabe, y por saberlo busca desacoplarse, escamotear,
desmarcarse de su vínculo estrecho con ese sujeto que golpea y mata a
una mujer. Hay una identidad común entre ese sujeto femicida y la cámara
de Tinelli al explotar los cuerpos expuestos en su programa. Afinidad
esta que Tinelli, cuando adhiere a la fórmula del “ni una menos”,
pretende disimular. Frente a esto, pienso que la expansión de los
derechos humanos siempre ha sido la expansión de la lista de nombres del
sufrimiento humano, avanzar en el campo de los derechos siempre ha sido
avanzar en el intento de nombrar las formas de sufrimiento y sus
causales. A partir de la segunda mitad del siglo veinte hemos visto la
proliferación de nombres para las modalidades de violencia contra las
mujeres: violencia física, sexual, psicológica, moral, financiera y
patrimonial. Todavía está por nombrarse la violencia alimentaria, ya que
las mujeres comen menos y, cuando hay menos alimento en un hogar, las
mujeres son las primeras que lo sienten, especialmente en el campo.
También hemos nombrado el femicidio, que incluye los crímenes de la
intimidad, como también los cometidos por los efectivos a mando de las
mafias que operan en las nuevas formas de la guerra, y, en los países
asiáticos, el desecho de las niñas. Incluyo allí, en esa categoría,
también la trata y la explotación sexual porque hay mujeres en esa
situación que viven en condiciones concentracionarias, o sea, en
condiciones constitutivas del crimen de genocidio. Pero nos falta dar
vida a un concepto fundamental en esta historia...
Te escucho...
–La fantástica herramienta del concepto de violencia mediática
contra las mujeres, que ya forma parte de la ley 26.485, y que propongo
aquí como categoría jurídica en el campo de los derechos humanos a la
que debemos dotar de un elenco de contenidos precisos y activar con
acciones concretas en la Justicia. Para que la victimización de las
mujeres deje de ser un espectáculo de fin de tarde o de domingos después
de misa. Para que los medios tengan que explicarnos por qué no es
posible retirar a la mujer de ese lugar de víctima sacrificial, expuesta
a la rapiña en su casa, en la calle, en la televisión de cada hogar,
donde cada una de estas ejecuciones ejemplarizantes es reproducida hasta
el hartazgo en sus detalles mórbidos por una agenda periodística que se
ha vuelto ya indefendible e insostenible. Judicializar de verdad esta
agenda violenta y reproductora del daño como solaz no sólo obtendrá, en
algunos casos, sentencias por parte de los jueces, sino también, con su
eficacia retórica, hará que la gente comience a sentir y pensar en los
medios como violentos. Tenemos que trabajar para transformar la
sensibilidad de las audiencias frente a la crueldad como diversión y
ante los medios como objetables. Pasaríamos así a entender e interpelar a
los medios con nociones afines a la de “autoría intelectual” y a la de
“instigación al delito”, develando que, con relación a las mujeres y a
los sujetos feminizados, funcionan como “brazo ideológico de la
estrategia de la crueldad”.
Publicado originalmene en: http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/suplementos/las12/13-9737-2015-06-01.html
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